Autorelato
Empecemos por lo evidente… Soy alto, no demasiado para
parecer desgarbado, pero lo suficientemente desgarbado para ser alto. Y más me
vale decir que soy delgado, intente comer lo que intente comer, hacer el
deporte que haga, mi cuerpo parece decidir quemar toda esa energía y mantenerme
en un peso precariamente saludable, pero con el que nunca estoy contento. Aun
así me mantiene esbelto y si no hago el vago, fuerte. Soy rubio oscuro y
castaño claro, o un color indefinible que varía dependiendo de lo largo que
esté o la luz a la que se exponga. Tengo una buena dentadura, con alguna mella
en las paletas, pero bien colocada y resistente a las brutalidades a la que la
expongo. Mi nariz es grande, pero parece estar acompasada con mi cara y no crea
un contraste demasiado grande, es recta, no muy estrecha ni muy ancha, y parece
darme un aire de sabiduría que agradezco. Mis ojos son grandes (aunque mantenga
la mirada entrecerrada para observar el mundo), marrones si los miras a más de
cinco centímetros, pero si te acercas puedes ver que el marrón está en el
centro del iris, heredado de mi madre, y el verde lo rodea por el borde,
heredado de mi padre. Así me defino a veces, mi madre por dentro, mi padre por
fuera. Mis cejas son anchas, me ayudan a pensar, a taladrar con la mirada, a
dar carácter a lo que digo, y a reír con más fuerza. Mi frente es larga, pero
más largas son las entradas que empiezan a aparecer con los años. Y en ella, en
mi frente, puedes ver desde hace tiempo ciertas arrugas, llevadas allí por esa
manía mía de pensar demasiado y preocuparme por problemas irresolubles. Mis
labios son diferentes, ancho el de abajo, dándome cierto atractivo, estrecho y
conciso el de arriba, pareciendo sólo más ancho cuando estoy relajado o siendo
sarcástico. Mi nuez sobresale… mucho, y me gusta. Mis dedos son largos,
estrechos, ideales para escribir en teclado, pero por alguna razón, a pesar de
su delgadez, parecen fuertes. Mi piel no es ni muy morena ni muy pálida, no es
aceitunada, ni tan tersa como la de mi madre o mi hermana, pero es dura y
fuerte. A pesar de ello tiene cicatrices, de operaciones, de cortes, de caídas,
de apuestas estúpidas y de recuerdos que deseo que se queden y que se vayan,
pero es mi piel y son mis recuerdos. Y hasta ahí llega lo que a mis ojos parece
evidente.
¿Qué
hay de lo que no es evidente?
Soy…
Soy las montañas en las que crecí, ásperas y rocosas, y los sueños de las montañas
que imaginé, suaves, verdes, con bosques en las colinas y caminos olvidados
hace tiempo. Soy el hijo de la hierba y yo no me puse ese nombre pretencioso,
pero me lo guardo para mí porque era la respuesta a una pregunta evidente:
¿Quién es mi padre, papá? Tú eres hijo de la hierba.
Soy
curioso, inquisitivo hasta el punto de resultar un peligro si quiero resolver
un misterio. Ese misterio es parte de una historia, y soy adicto a las
historias. Cuando digo adicto quiere decir que puedo decidir no dormir dos días
seguidos porque quiero saber qué pasa en los veinte próximos capítulos de un
libro o una serie, que llegaré tarde a una cita, que si empieza una película no
me hables o te gruñiré, que si estoy leyendo no estoy en este mundo así que no
me busques. Soy adicto a las historias. Quiero resolver su misterio, quiero
saber cómo funciona, quiero emocionarme, y quiero decir “vale, comprendo cómo
va esto”. Me frustro si no comprendo algo, así que intento mantener mi mente
abierta a todo tipo de conocimiento, incluso a aquel que me va a resultar contraproducente.
Necesito saber.
Supongo
que en eso soy hijo de mi padre, que no de la hierba, y disfruto con el
conocimiento del mundo, de la naturaleza, del pasado y el pensamiento. Pero
también soy hijo de mi madre, intento crear cosas nuevas, aprender cómo funcionan
e intentar hacerlas por mi cuenta, a pesar de mi vagancia. Soy furia, venganza,
traición, rencor y odio silencioso, que acepto como parte de mí, porque
esconderlo no sirve de nada, porque callarlo con palabras de otros que no
vivieron lo que yo he vivido no sirve de nada. Unos encuentran la paz en el
olvido, otros en el perdón y otros en la aceptación. Yo me acepto cuanto puedo,
y eso incluye a estos demonios y a mis ángeles. Y sobre ángeles sé que soy
bondadoso, que la pena me puede e intento acallarla porque sé que no se puede
ni se debe ayudar a todo el mundo. Sé que siempre tiendo una mano a quién me lo
pide, a quién lo necesite, (aunque ni me pregunten como estoy yo) y que pese a
que soy traicionero, también soy leal en la misma medida con aquellos que se
ganan mi fidelidad. Soy comprensivo, quizás demasiado, pero eso me hace buen
consejero, o eso dicen. Intento ver la realidad desde todos sus ángulos, y
aunque no es posible conseguirlo, hago un buen trabajo intentándolo. A veces
soy manipulador, pero no demasiado, de modo que sólo lo soy si lo que quiero
merece la pena, si va a resultar, como poco, interesante.
Me
encanta lo interesante. No me gustan los sabores sosos, odio la mayonesa. Me
encanta el picante, lo dulce, lo amargo, lo que llega a mi boca y me hace
llorar o retorcer el gesto al saborearlo, me gusta expandir mis límites, y los
busco en los extremos, en lo interesante. Adoro las personas que tienen algo
que decir, con las que puedes hablar horas, con las que hay lágrimas y llantos,
secretos, sueños, conversaciones sobre la naturaleza del alma y los misterios
que se esconden más allá de la última barrera de la realidad. No me des cosas
sosas, personas que no tienen nada que decir, ni libros sin al menos una frase
que recordar. Impresióname. Hablando de impresiones y de arte, me gusta el
impresionismo, el romanticismo, el renacimiento, el neoclasicismo y el
clasicismo y helenismo griegos.
Soy
libros. Libros que he leído, que no recuerdo, que están por leer o que aún no
conozco o no he escrito. Soy El señor de los anillos, no porque tenga elfos ni
sea fantasía, sino porque los grandes autores de fantasía hablan de las grandes
cuestiones del alma, de cómo tomar decisiones, de a qué enfrentarse en la vida
entre sus páginas. Hay demasiada sabiduría encubierta con elfos, orcos,
dragones y espadas mágicas. Pero sólo para aquellos que saben buscar. Soy El
Guardián entre el centeno, porque al final del día yo también me siento en ese
prado “guardando” a los demás de caerse por los acantilados que lo rodean,
vigilante, siempre vigilante. Soy Demian, soy Emil Sinclair, soy Pistorius,
Frau Eva y todos aquellos a los que Hermann Hesse puso a buscar dentro de sí
mismos. Soy la Ilíada, el llanto de Aquiles, el honor de Héctor, la cobardía de
Paris, la soberbia de Agamenón y la sabiduría de Néstor. Soy de aquellos que
buscan El nombre del viento, el del fuego, el del dolor y el del olvido. Soy el
Temor de un hombre sabio y siete palabras que enamoran a una mujer, soy
distante… distante porque busco demasiado y un cobarde por temor a perder su
compañía. Soy unas Hojas de hierba, escritas en un poema salvaje y liberador,
que te toca y te moldea el alma. Soy esos libros y muchos más. Soy mil nombres,
quinientos héroes y quinientos villanos.
Soy
un viaje constante, hacía el interior y al exterior. Un viaje a casa de vuelta
al hogar. Un viaje al paraje más lejano, en busca del hogar. Soy un caminante
al que a veces atormenta el camino, la compañía y los sueños. Y sé que sin
ellos no soy nada. A veces quiero ser nada, a veces me dejo caer en esa
oscuridad para perder mi nombre y reconstruirlo de nuevo, más fuerte, más
profundo, más sabio. Soy inteligente, bastante. Y soy un idiota, mucho.
Me
gusta ser halagado, me mantiene peleando por ser mejor. Me gusta no serlo,
esconderme para ser yo mismo y no un halago. También me hace ser mejor. Me
gusta preocuparme hasta el punto en que debo dejar de preocuparme. Soy
ordenado, demasiado, pero me fuerzo a desordenar las cosas a veces, porque del caos
también se aprenden cosas.
Soy
taoísta, pagano, creyente, agnóstico y científico. Porque hay algo más antiguo
que los dioses, porque los dioses están en nosotros, porque creo en romper las
barreras de la realidad, porque sin la duda no hay respuesta, y porque
comprobarlo es parte de experimentarlo.
Soy
brillante como uno de los fuegos de Galeano, y oscuro como el lobo estepario de
Hesse. Adoro y odio a todos los filósofos por igual, les envidio por su
brillantez y les critico su estupidez.
Puedo
ser un pedante de doctorado o un chico de pueblo. He sido un salvaje y siempre
lo seré. También el más civilizado de los hombres y pienso seguir siéndolo. He
hecho cosas que no me han quitado el sueño, aunque me han hecho llorar. Me he
descubierto en el dolor, en la visión de una ventana abierta, en el cansancio y
el hastío, en la sangre, el placer por el dolor y en el odio incontrolable. He
dejado muchas de esas cosas atrás, pero sigo siéndolas, aunque no me gusten,
aunque no las repita, porque son parte de mí y me han hecho ser quien soy. Soy secretos
que cuento pocas veces, y secretos que no cuento.
Me
gusta la compañía de una mujer, pasar una noche con ella, disfrutar de nosotros
y de la comodidad de conocerse y disfrutar. Con quien una noche o una vida sea
un baile de dos, lleno de confianza, de amor, de bromas, de conversaciones y de
todo eso que me hace sentir vivo. Me importa su aspecto, pero no demasiado para
dejarme llevar por él. Pero no me gusta acostarme con una desconocida, ni con
nadie con quien no pueda tener una conversación interesante, con quien no me
sienta cómodo, con quién no vaya a ser especial. Prefiero estar sólo a vacío. Y
una vida es muy larga para estar llenándola de vacíos.
Soy
quisquilloso, perfeccionista, tengo buena memoria, legal, divertido,
sarcástico, profundo y claro como la superficie. No me gusta hablar con gente
que a duras penas conozco y hasta que no los conozco bien no fluye la
conversación. Soy mi madre, mi hermana, mi cuñado, mis amigos, mis libros, mis
canciones, mis lágrimas en la oscuridad de mi habitación cuando la tristeza me
ataca a altas horas de la mañana. Incluso, con los años, he aprendido a ser mi
padre y a aceptarlo. Soy dramático, austero, estoico y caprichoso. Sé vivir con
mucho y con poco. Me preocupa el dinero pero no lo busco. Quiero ser padre
porque creo que me gustará criar a una personita que pueda ser mejor que yo, a
la que pueda criar para mejorar este mundo. Soy valiente para pensarlo y
cobarde para pensarlo demasiado porque a veces creo que soy infantil para
conseguirlo, y a veces creo que soy demasiado viejo para los años que tengo por
delante. Soy un baile, soy caos, orden, equilibrio y descontrol. Soy dioses
antiguos y dioses nuevos.
Soy
un espejo, un reflejo de lo que me rodea, e intento rodearme de lo mejor. Soy
una luna mirando al sol para reflejar su luz de la noche más oscura. A veces
soy la noche más oscura, y a veces soy la estrella más brillante.
Soy
palabras olvidadas que vuelven a la luz cuando escucho la canción que me obliga
a escribir.
Soy
el que escribe. Soy mil cosas ahora, y esas son las que plasmo. En cinco
minutos ya no seré el mismo, pero este es mi “autorelato” de ahora, y ahora
éste es quien soy.
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