Cerró la boca.


         Cerró la boca porque era su padre, y pensó que su padre sabía más que ella y que su madre, y probablemente que sus hermanas y hermanos. Así que cuando él decía algo, los demás escuchaban y hacían lo que debían. Lo que no debían era estar molestando con “peros” o “y si...” que no llevaban a nada más que a una discusión acalorada y a un dolor de cabeza innecesario. Así que cerró la boca, miró a su madre y aprendió a pensar lo que debía pensar.
        
         Cerró la boca cuando sus maestros dijeron aquello de que era buena chica, muy lista para su edad, pero que para pagarle los estudios a ella deberían hacer un sobreesfuerzo y era mejor invertirlo en su hermano mayor, que ya tenía un puesto asegurado en una empresa, a pesar de que no era muy rápido de mollera. Que ella empezaba a ser lo bastante guapa para no necesitar estudiar, porque seguramente encontraría un marido lo suficientemente adinerado como para mantenerla, a ella y a los hijos que tendrían. Cerró la boca en ese entonces, porque pensó que sus maestros y sus padres solían saber más sobre la vida y lo que merecía o no merecía la pena hacer.

         Cerró la boca cuando le gritaron en la calle, cuando no pudo ser lo suficientemente rápida ni lo suficientemente fuerte para enfrentarse a aquel que decidió que podía tocarla sin su permiso, que podía intentar robarle besos mientras le caían las lágrimas por las mejillas y le decía que no llorara, que no estaba tan guapa si lloraba. Tampoco la abrió cuando los besos se tornaron manos, ni cuando las manos se convirtieron en un dolor insoportable en el alma, en un miedo a salir de casa, en una violación autoimpuesta al volver a casa desde el trabajo. Cerró la boca al dolor y a todo lo demás, porque le habían enseñado que la gente pensaría mal de ella, porque pensaba en el fondo de su confusa mente que aquella vez que se puso una falda, que aquella otra que vestía un escote, estaba provocando y que quizás fuera culpa suya.

Cerró la boca cuando su nuevo novio la mandó a callar delante de su padre y nadie dijo nada. Lo hizo porque pensó que no era tan malo, tan solo cuando se ponía celoso o tenía un mal día. Él la quería y quería casarse con ella, así que después de decir “sí, quiero” ella cerro la boca, porque gracias a él podría alejarse de aquella calle maldita donde los vecinos cerraban las ventanas para no oler ni oír el dolor que venía de fuera. Cerró la boca porque pensó que él la protegería de ese dolor, porque él parecía fuerte y decidido, y después de tantas llamadas de teléfono para ver donde estaba sabía que se preocupaba por ella.

Cerró la boca porque pensó que se había pintado demasiado esa semana, que otros chicos la habían mirado y que ella no tenía necesidad de maquillarse para sentirse atractiva, porque quien debía verla atractiva era su marido, porque por algo era su mujer. Cerró la boca porque no había sido queriendo cuando le dio aquella bofetada de nada. Ni siquiera le había dolido y la verdad era que ella también se sentía molesta si alguien le llevaba la contraria, así que pensó que no tenía que darle demasiada importancia a aquello, porque no pasaba a menudo, y si ella se comportaba como debía comportarse no tenían que llegar a discutir, como los buenos matrimonios. Cerró la boca porque pensó que el hijo que llevaba en el vientre viviría y crecería más feliz teniendo un padre y una madre, como ella.

Cerró la boca cuando la sangre calló sobre el suelo, y tras la sangre, ella. Porque los niños lloraban, y aunque ya no veía con buenos ojos al que había sido su marido, y a veces susurraba insultos a sus espaldas, sabía que tenía dos hijos y que seguían siendo una familia. Porque las familias tenían que permanecer unidas pese a todo. Cerró la boca porque aunque ya no se creía aquellos pensamientos sabía que sus padres pensarían que todo era mentira, porque él no hacía nunca “nada” en público, sino en los oscuros y solitarios rincones del hogar mil veces maldito. Cerró la boca porque si se iba, no dejaría atrás a sus hijos, y no tenía trabajo, ni estudios, ni nadie que la apoyara porque él la había ido alejando de todos los que una vez formaron parte de su vida.

Cerró la boca el día en que cerró la puerta, el día en que se decidió por fin a abandonarlo, a coger las cosas de los no ya tan niños y desaparecer sin dar señales de vida. Cerró la boca porque sabía que muchos no la creerían, y porque ahora lo que importaba es que nadie volviera a tocar nunca a sus hijos, porque temblaban y lloraban a escuchar las pisadas de su padre al volver a casa, porque ese hijo de puta tendría que desaparecer de sus vidas y él no lo haría, así que les tocaba a ellos huir y rezar para que no los encontrara. Cerró la boca para no insultar a los vecinos al salir, porque decían buenos días a una mujer con los ojos morados, pero no decían nunca una palabra de apoyo.

Cerró la boca para no insultar a la familia de su exmarido por imprecarle por presentar una denuncia que no llegó a nada. Cerró la boca para no insultar al juez ni a los abogados que no hicieron por ella ni la mitad de lo que merecía, que se escudaban en sus papeles y en sus leyes para no ponerle rostro a ella ni a sus hijos, que a duras penas tenían para comer. Cerró la boca porque sólo quería huir y olvidar.

Pero no cerró la boca ese día. No cerró la boca cuando pese a las órdenes de alejamiento, a los juicios, a mudarse, a huir y a los llantos a las tantas de la madrugada… llegó él. No cerró la boca cuando él la apuñalo en plena calle, a la luz del día, frente a sus hijos. No cerró la boca y pese a la sangre le insultó, le gritó, lloró de dolor y consiguió devolverle un golpe mientras él la apuñalaba sin piedad. No cerró la boca mientras intentaba respirar por última vez, cuando delante de su cuerpo moribundo él se pasó el cuchillo por la garganta y se desplomó a su lado. No cerró la boca mientras lo apartaba con una patada y se despedía como podía con la mirada de sus hijos que lloraban y gritaban destrozados.


Pero al final de todo, él le cerró la boca, porque todos pensaban que debía mantenerla cerrada.


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