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Mostrando entradas de 2014

Las llamas de Vincent

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¿Has alargado alguna vez los dedos intentando alcanzar el límite de la realidad? ¿Intentaste quizás subir una montaña y te quedaste a sus pies, agotado, exhalando con cada suspiro toda la voluntad que tenías para escalarla? ¿Has dejado que tus dedos sientan el cosquilleo quejumbroso del futuro acercándose a ellos, justo a punto de tocarlos y de repente se te ha escapado? Es entonces cuando llegas a conocer una de las sensaciones más devastadoras que puedes conocer. No se trata sólo de frustración. No. Es como si ese milímetro que falta entre tus dedos y el futuro se llenara de tus sueños, y de repente lo atravesara una ligera brisa, tan leve que si soplaras con los labios de un moribundo, la vencerías. Pero llega, y sigue incansable su camino destruyendo todo lo que esperas con un leve gesto. Creo que esa es la sensación que hizo enloquecer a Vincent van Gogh, y que seguramente, frustrado por no poder alcanzar lo que él quería pintar en sus lienzos, hizo que el fuego y las llamas

Sobrevolando el Kilimanjaro.

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         Shira nunca había soñado con llegar a un lugar tan alto. No había soñado que merecería la pena sentir ese aire fresco en su rostro, en su cabello y en sus manos. Ella no había soñado en toda su vida que su corazón latiría de ese modo, ni que sentiría como su alma estallaría de triunfo, de conquista, al sentir que lo había logrado. Jamás soñó que todo el camino de preparación la llevaría a lo más alto, y que todos aquellos que le preguntaban por qué seguía adela nte, diciéndole que no lo conseguiría, se tendrían que comer sus palabras. No soñó ni siquiera con el dolor que le llegaría alcanzar lo más alto, ni la sangre que gotearía de sus pies ampollados. Tampoco soñó con todos los que dejaría en el camino, rendidos, mientras ella luchaba por coronar la cima como otros tantos hicieron antes que ella. No. Ella no sería capaz de soñar con una libertad como esa, rozando el cielo y mirando hacia abajo, a todo ese mundo lejano que quedaba a sus pies... O quizás s

La cañería del odio II

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           Se dice que el odio es un sentimiento explosivo, como la ira. De esos que atacan y te dan una cantidad de energía durante un cierto período de tiempo para luego arrebatártela y dejarte exhausta. Mirándolo de esa forma el odio podría ser muy parecido al café o las bebidas energéticas. La mayoría de la gente no soporta ese “subidón” que da el odio, ya que durante todo el tiempo que lo usas te hace sentir mal con el mundo y contigo misma. Sin embargo, ella no creía que el odio fuera un sentimiento tan volátil. Aquellos que lo compararan con el café apenas tenían una pequeña noción de lo que era el odio. Lo veían llegar y temiéndolo, lo dejaban irse con la misma rapidez. No habían sentido en ese tiempo lo suficiente para mantenerlo dentro de ti, para purificarlo, por así decirlo. El odio, tal y como ella lo veía, era como si el ser humano pudiera nutrirse de energía nuclear. Es dañino y lo sabes desde el principio, pero si consigues ponerte el traje a tiempo y poner la maqu

El día en que las sombras cruzan Limes.

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El Morador del Limes (Cortesía de Stardust) Llevaba unos cuantos meses viviendo en Limes , en mi tranquilo y abandonado pueblo, que reparaba poco a poco trabajando duramente y con la ayuda de aquellos que se acercaban a saludar al “morador”. Ya me había acostumbrado a sus idas y venidas, a sus invitaciones y a su curiosidad innata. Había algo en mí que les sorprendía, tanto como ellos me sorprendían a mí. Y no hacía falta que me lo dijeran, aquellas gentes lo demostraban abiertamente. A veces venían niños y adultos a observarme. Se sentaban en lo alto del pequeño muro que rodeaba el pueblo y que continuaba su camino, y desde allí me señalaban o me hacían preguntas en voz alta. Muy pronto me acostumbré a ellos y asumí que, si yo me internaba en sus ciudades para ver cómo vivían, ellos tenían el mismo derecho a hacerlo conmigo. Pronto pude comprender que aquello que les sorprendía, tanto a niños como adultos, era mi estancia en la villa. Ellos veían dos ciudades, diferente

La cañería del odio I

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El sonido de las pulsaciones golpeando la sangre en sus oídos le hizo estremecerse una vez más. Sentía su corazón atravesándole la piel, rasgándola y filtrándose por los poros hasta que sentía como el sudor se enfriaba y goteaba en el ya de por sí húmedo suelo. Su cuerpo reaccionó antes de que se diera cuenta y se recostó contra la pared, tapándose en movimientos lentos con las dos mantas raídas que la acompañaban en la casi perpetua oscuridad. Consiguió taparse las piernas con una de ellas y utilizó la otra para cubrirse hasta el cuello. Entró en calor al instante, a pesar de los agujeros que plagaban ya las mantas. Pensó, durante un instante, que era posible que hubiera llegado el verano. Un segundo de más que la hizo sacudirse, como si tuviera un escalofrío. El verano ya no existía. Su mundo tenía muchas facetas, pero en ninguna había nada llamado verano. En cambio, lo que sí había en su mundo eran rejas de acero, los ratones escondidos, las dos comidas diarias sin nada de