El morador del Limes.



Los romanos utilizaban la palabra "Limes" para referirse a sus fronteras, las cuales fortificaban para defenderlas de posibles invasores. Las poblaban con los soldados y sus familias, que se asentaban en la zona atrayendo toda clase de comerciantes a ambos lados del propio Limes. Pronto estos pequeños asentamientos se convertían en asentamientos en los que las culturas de ambos lados se fundían, como es natural, dando lugar a una sociedad a medio camino entre lo que era y lo que prometía ser.

Muro de Adriano. Limes del Imperio Romano en Britania.

Sabiendo eso, puedo decir que: Soy el morador del “Limes”.
 

¿Qué significa eso? Significa mucho silencio. Al menos en esta parte de la historia. Supongo que debería empezar por cómo he llegado aquí, quién soy y porqué me he quedado. Pero nada de lo que pueda decir satisfará en absoluto vuestra curiosidad.
 

Puedo decir que llegué, como a todos sitios, caminando. Los pasos me trajeron hasta aquí poco a poco, no sabiendo a dónde me dirigía, pero con paso firme. En cuanto a quién soy, ya he respondido a eso. Perdonadme si es una presentación vaga, sin nombre y apellidos, pero no sirven de nada aquí donde me encuentro. Soy el morador del Limes, y eso es todo lo que he sido desde que mis pasos me trajeron a este lugar. ¿Porqué me quedé? Esa es una pregunta mucho más compleja, y me gustaría responderla con claridad: No lo sé. Muchos habrán pasado por aquí y habrán decidido volver sobre sus pasos, otros solo están de paso, vieron lo que tenían que ver y siguieron su camino. Yo evidentemente aún no me he ido, y no sé por qué.
 

Pero sí que puedo responder a una pregunta. ¿Dónde estoy?
 

Me encuentro en el limes entre las ciudades de Ύβρις y Αρετή. Ambas se encuentran en el mismo valle, separadas por un delgado muro de piedras en el que se encuentra una antigua aldea abandonada, que ahora me sirve de hogar. Llegué un día con niebla, y no se distinguía ninguna de las dos ciudades, así que inspeccioné la aldea desde la cual salía el muro y a su vez, el sendero por el que había venido. Encendí un fuego para calentarme y me alojé bajo el techo de la casa que luego arreglaría para vivir. No tardaron en encontrarme, y ahora soy su “amable y curioso” vecino. Me pusieron mi nombre actual, y como no me parecía falso, he de decir que me lo quedé.
 

Ahora bien, durante mi estancia descubrí una extraña simbiosis entre estas ciudades que me rodean. Y lo que sus habitantes quisieron enseñarme no hizo más que determinar mi decisión de quedarme a vivir aquí.
 

Por un lado estaban los impetuosos habitantes de Ύβρις. Son unos vecinos curiosos y capaces que dedican su vida a afrontar cada segundo como les place. He de decir que me parecieron, al principio, una sociedad caótica. Y en cierto sentido lo son y lo serán siempre.
 

Entre sus calles te puedes encontrar a vagos, alcohólicos, ladrones, carteristas  y toda clase de personas de las que deberías alejarte. Sin embargo, todos ellos llevan cierta pasión en la sangre. Gritan a sus líderes en el mercado, disfrutan como nadie de una fiesta y un buen baile, crean inventos de los que todos deberíamos asombrarnos y a su vez tener miedo, luchan como si fuera a muerte por cada pedazo de pan, incluso aquellos a los que les sobra lo hacen, sus casas se elevan hacia el cielo con formas tempestuosas por las que sus arquitectos reclaman más dinero del que la mayoría podría obtener, se denuncian y se arrestan unos a otros para evitar que otros les lleven la contraria, chantajeando y amenazando si hace falta, y son sumamente orgullosos en todo lo que hacen, en cada segundo de sus vidas. Con ellos uno puede ver el espíritu humano alargarse y ensancharse hasta casi el infinito. Por cada mala elección que toman hay otra elección que les lleva a realizar algo asombrosamente magnífico. En conclusión, son esa clase de personas a las que no les importaría romper la realidad para ver que hay más allá, simplemente porque pueden hacerlo.
 

Al otro lado del valle se encuentra su melliza: Αρετή. ¿Qué decir de su gente? Cuando comencé a caminar entre ellos sospeché y no me dieron buena espina. Todos caminaban con la mirada firme, no dudaban en fijarla en tus ojos y no bajarla, te estudiaban y lo hacían sin que hubiera alguna preocupación por su parte.
 

Pero la primera impresión dejaba mucho que desear. Son una gente firme sí, curiosos pero comedidos, organizados y responsables de sus actos hasta el punto en el que uno no sabe cómo actuar sin ofenderlos. Y aunque lo hicieras ellos te comprenderían y actuarían sabiamente en consecuencia. Sus calles están limpias, no son silenciosas, pero no se oye ningún escándalo de alguien alterando el orden. Sus líderes son elegidos y juzgados cada semana por todos los miembros de la comunidad, aconsejados y discutidos en sus funciones. Sus mercaderes no juegan con el precio de la comida, sino que se reparten los productos o cooperan entre ellos, siempre sin presionar a sus conciudadanos, porque ellos podrían hacer lo mismo con sus correspondientes productos. Sus escuelas no se dedican sólo a la enseñanza de las ciencias, sino que se encargan de proporcionar juegos, oficios, deportes y todo lo que los alumnos, de todas las edades, quieran realizar o comprender. Todos forman parte activa en la protección de la ciudad, en su limpieza, organización y en su distribución. Incluso las calles y las manzanas se organizan para que tengan un aspecto armónico. Son comedidos y pensativos en sus acciones, incluso los niños lo son. Prefieren detenerse a comprender algo para luego actuar, no dudan en pedir consejo si lo necesitan o en someterse al juicio de los otros para ver si han actuado bien. Son, por su propia definición, un pueblo sobrio, organizado, pensativo y libre que ha aprendido que comprenderse es la mejor forma de dejarse vivir.
 

¿Y yo? ¿Qué hago yo? Yo aprovecho esta aldea para vivir. Los voy conociendo poco a poco. Me invitan a pasar tiempo con ellos, pero ambos pueblos parecen haber decidido que para vivir entre ellos no sirven las invitaciones, que uno debe decidir por sí mismo el hacerlo. ¿Qué me lo impide? Mi naturaleza. Como ellos dijeron, soy el morador del Limes. Limes es esta aldea, esta muralla y este camino. Está un poco desastrada, pero se puede vivir en ella. Me gustan mis vecinos, y supongo que son parte de mi camino. Estar cerca de ellos me ayuda a discernir por dónde irán mis pasos, si es que algún día decido dejar de morar aquí.
 

Mientras tanto, parece que me dedicaré a saltar esta muralla muchas veces, esperando comprender un poco más de estas gentes, y mucho más de mí mismo.

Comentarios

  1. Sabia elección no obligarte a la elección... Saltar entre ambos mundos,sin dejarte destruir entre el caos, ni caer en la banalidad de la perfección... Quizás más que un simple morador, seas el sembrador necesario entre un mundo y otro... Semillas de cada uno trasportan las suelas de tus botas ansiosas por brotar en nuevas y atrayentes tierras.

    Sigue deleitando al mundo con tus palabras, yo me dejaré llevar con ellas.

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