Las llamas de Vincent

Creo que esa es la
sensación que hizo enloquecer a Vincent van Gogh, y que seguramente, frustrado
por no poder alcanzar lo que él quería pintar en sus lienzos, hizo que el fuego
y las llamas se comieran más de una obra suya, o así me lo imagino yo. Unas llamas
que ya no pueden más que convertirse, en mi caso, en una papelera de reciclaje,
a la que destinas todo aquello que no brilla, que no te hace sentir tú mismo.
Ojalá pudiéramos volver a escribir todo en papel para poder echar a las llamas
aquello que no nos convence. Supongo que todos los artistas se han sentido así.
Que quizás todos han tenido esas noches solitarias en las que no salen las
palabras, en las que no pueden pintar, componer una canción salida desde el
alma, en que la inspiración desaparece por completo. Pero no sólo eso, no solamente
la desaparición de la inspiración es lo que hace que caigas en ese pozo tan
oscuro que son las llamas de Vincent. Hay una parte de ti, que una de tantas
noches en que las musas desaparecen, empieza a golpearte con sus puños de acero
y a hacerte sentir pequeño, solitario, inútil, fracasado y sobretodo incapaz de
lograrlo.
Tu mente racional
puede decirte en ese momento que con esfuerzo, con voluntad, práctica, perseverancia
y un toque de locura y genialidad, todo seguirá adelante y saldrá bien. Pero a
esa parte racional es muy difícil escucharla cuando estamos hundidos en la
miseria de nuestra propia mente. Y ya todos lo sabemos, no hay nada más
complicado que luchar contra uno mismo, salvo quizás hacer las paces con uno
mismo.
Me acuerdo en esos
momentos de la frustración del viejo Vincent. Ojalá tuviéramos todos los que
sufrimos estas horas oscuras un poco de tu genialidad, un poco de tu voluntad
para seguir intentándolo, para ver el mundo con los colores que tú los viste y
aplicarlos a nuestro pequeño arte. Ojalá otra noche como esta tarde muchos
meses en llegar.
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