Un pestañeo de más...

        Un pestañeo de más. Un pestañeo de más es todo lo que necesitas para perder el dulce placer del sueño. Con ese ínfimo y casi insignificante movimiento pasarás del apacible y reconfortante descanso que tanto ansías a la desesperanzadora vigilia del insomne.
        
         No se trata de la luz que se filtra por esas improvisadas cortinas hechas con sábanas de invierno, ni se trata del desagradable canto de una docena de gaviotas, ni de las obsesivas ganas de ir al baño cada veinte minutos porque quieres creer que es lo que no te deja caer dormido de nuevo. Ni siquiera es la sobredosis de calor que has ido acumulando cual dinamo dando vueltas y vueltas sobre la cama. No.

Se trata de tu propia y maléfica mente. Aunque más que maléfica es compulsiva e inquieta. Porque… tras ese pestañeo de más, cuando por casualidad del destino te despiertas a las tres de la madrugada con la boca tan seca que te mueres por unas míseras gotas de agua… Es entonces, después de beber de ese vaso que dejas cerca de tu cama para calmar las ansias y te dispones a intentar dormir de nuevo, cuando esa mente tuya, aprovechándose de ese parpadeo, comienza a pensar a toda velocidad. Y ahí queridos lectores, es cuando todo, absolutamente todo, se va a la mierda.

Porque da igual cuantas veces vayas al baño, cuantas veces intentes mantenerte en la misma posición respirando calmada y acompasadamente, cuanto intentes no pensar en los planes para dentro de unas cuantas horas o unos cuantos años, que sólo hayas dormido cinco horas el día anterior y que éste vayas por cuatro, ni importa que tengas que trabajar en menos de las horas de las que has descansado, ni que te estén atormentando los ojos por el cansancio, ni que cuentes ovejas, cabras u ornitorrincos. Nada de eso funcionará.

Tu mente ha decidido que ella no tiene horarios, que tú eres su pequeño esclavo y que has de aceptar sus órdenes sin cuestionarlas en ningún momento, y sobre todo, que eres total y absolutamente insignificante ante ella.

Así que como un buen esclavo, y después de mirar el reloj tropocientasmil veces el móvil, te rindes ante ella y decides que es hora de aprovechar el tiempo y al menos ponerte a escribir algo porque tú tienes el control de tu vida (y un cojón) así que aquí estás, a las 5:18 de la madrugada, escribiendo sin decir nada y haciendo lo que quieres cuando no te apetece. Y todo por un parpadeo de más…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cerró la boca.

Veo

Autorelato