Veo
Veo. Abro los ojos y veo. Ella me lo dijo: ves demasiado.
Podría mentirme, pero sé que es verdad. Por esa razón a
veces no miro, no veo, no me atrevo, y así sonrío más tiempo, y me sonríen más.
Hay personas a las que no les gusta ser vistas. Lo sé.
No se trata de buena vista. Sin mis gafas apenas soy capaz
de ver un rostro a cinco pasos. Ojalá caminara mucho más tiempo sin gafas, así
el mundo estaría lleno de sorpresas. Pero no. Veo. Y créeme, a veces no quieres
ver.
No recuerdo cuando comenzó. Quizás siempre tuve buenos ojos.
El caso es que camino, me deslizo entre la realidad y veo. A veces es muy fácil
ver, a veces más difícil. Pero dame el tiempo suficiente y veré. Y una vez vea,
puede que me canse, que se acabe el secreto, que me vaya. Pero habrá visto, y
lo sabrás.
¿Qué he visto?
He
visto el dolor en los ojos de una persona, el alma quebradiza de aquellos que
están a punto de desmoronarse, que huyen a casa desde el trabajo porque si
pasaran demasiado tiempo en la calle caerían bajo sus rodillas gritando,
llorando hasta quedarse sin respiración.
He
visto la falta de esperanza de aquellos que llevan años persiguiendo sus sueños
en un mundo que se empeña en destruirlos. Su apatía, en una mirada caída, en
una respiración, en unos brazos cruzados que dicen que ya no hay nada más que
darle al mundo. He visto los colores de sus sueños y eran maravillosos, tan
brillantes como mil auroras boreales danzando bajo la luz de la luna. Pero
todos ellos bajo una cárcel de dolor, de desilusión, de apatía.
He
visto el miedo. No el miedo a la oscuridad ni el miedo a la soledad, que a
veces flota por ahí. He visto el miedo a uno mismo, a brillar sin ser perfecto,
a ser menos de lo que somos, a demostrar ser el fraude que todos creemos ser.
Es un miedo que golpea, un miedo que avasalla y que nos conoce, un miedo que se
demuestra en una mirada atenta y nerviosa, que busca resquicios dentro de una
máscara que se convierte en su propia realidad. He visto tanta fuerza peleando
en dichos ojos por un ejército equivocado, que he llorado por ellos en soledad,
esperando que un día despertaran y decidieran luchar por aquellos que creen en sí
mismos.
He
visto ojos vacíos, ojos hambrientos, insaciables, que solo buscan el placer de
su propio deseo, ojos inconscientes, demasiado intensos para considerarse
cuerdos, demasiado rápidos y rabiosos para razonar. Normalmente, con un pequeño
apunte del universo hacia el mal camino, esos ojos se vuelven temibles. Brillan
en la oscuridad. Si los ves, aléjate de ellos. Yo lo hago cuando me los cruzo
caminando por la calle. No pretendo ser un cobarde, pero he visto demasiado. Y
la inestabilidad que hay en esos ojos… Esos ojos han perdido todo el espíritu
que los rodea y sólo queda la bestia en ellos.
He
visto los ojos de guerreros. Firmes, conocedores de su fuerza, valientes hasta
el último segundo, pero inconscientes del dolor de los demás. Los he
contemplado con admiración, deseando durante algún momento poseer esa mirada,
pero un segundo más tarde he conseguido ver su insensibilidad. He visto cómo
esos ojos lucharán y lucharán por cualquier causa que crean justa, por mil
causas, y mientras luchan, mientras elevan a la gloria a una de dichas causas,
olvidarán que su fuerza arrastra a otros, otros que caerán destrozados por el
camino. Y al pasar los años, después de muchas batallas, esos ojos suelen mirar
atrás y no encontrar a nadie. Unos han caído, y otros han huido. Pero nadie
desea luchar todo el tiempo. Y esos ojos no tienen calma, no conocen la paz.

He
visto los ojos de aquellos que aguantan el dolor de otros mientras ahogan el
suyo propio. Los he visto soportar dolor, angustias y desamores que no les
pertenecían. Los he visto durante un segundo, con una fuerza increíble y un
brillo de dolor en el fondo. No se rinden, no saben hacerlo. He visto cada una
de las gotas de sudor, cada una de las personas que han ayudado, cada uno de
los sueños que han vuelto a reconstruir sin preocuparse por ellos mismos,
dándolo todo por los demás y olvidándose de ser…
He
visto ojos que han conocido el dolor, que han ido más allá, que conocen quienes
son realmente. He visto en esos ojos a personas que a veces pueden ver, por un
instante lo que yo veo. He visto su instinto, su naturaleza, su danza, su
cansancio. He visto la marca de su don y su maldición en su mirada. Los he
visto rehuir la mirada cuando el dolor los llenaba, cuando con un instante han
visto demasiado, cuando un alma los ha golpeado a través de unos ojos
sedientos, alegres, brillantes u oscuros como la realidad. Los he visto
reconocerme y pasar de largo, los he visto pararse y decirme en silencio: ves
demasiado. Los he visto pararse y abrazarme, convertirse en mis amigos en busca
de un abrazo que los salve de sí mismos, y los he visto dar un abrazo salvador.
Los
he visto levantarse cada mañana, como yo, temiendo mirarse al espejo un día
cualquiera y enfrentarse a sus propios ojos sin saber qué clase de alma se
ocultará tras ellos al día siguiente. Pero siempre dispuestos a ver.
Pero
a veces ves demasiado. A veces odias ver, a veces lo amas. A veces eres
despreciado por ello. Y a veces, sólo a veces, algún valiente se acerca y te
pregunta ¿qué ves?
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