Un par de horas.
Empezar con un par de horas es
una tarea difícil. Uno cree que no, que todo irá como la seda, pero la verdad
llega cuando te encuentras a punto de comenzar , te mira incrédula y empieza a
golpearte con un bate de béisbol con la palabra “procrastinar” grabada a fuego
en la madera. No es fácil empezar ni vencerse a uno mismo cuando tratas con el
trabajo duro.
He de decir que la vagancia no es
una facultad que se adquiera con los años, no. Yo ya era vago en todos mis
recuerdos. No exactamente vago. Hacía cosas, pero siempre que me resultaran
curiosas y de mi propio interés. Pero digamos que a la hora de estudiar, por
ejemplo, era ese alumno (que no estudiante) que se leía las cosas en 10 minutos
y sacaba entre un 7 y un 9 en el examen, pero que se conformaba con sacar un mísero
5. No puedo recordar cuántas veces escuché eso de: Tú puedes hacer más, pero no
quieres.
La verdad es que no sabía que
quería hacerlo. De eso nos damos cuenta más tarde, cuando ciertas cosas se nos
escapan de las manos. Pero eso no significa que no pueda remediarlo.
Ahí es cuando entra ese par de
horas de las que hablo. Esas horas llegan casi siempre por obligación. Tú ya te
habías dado por perdido y dicho “Soy un vago, y no conseguiré cambiarlo”. Pero
un día te tienes que poner a estudiar un idioma por obligación, sacarlo sea
como sea o perderás año y medio de tu vida. Así que sacas la valentía para
poner el despertador todos los días temprano y estudiar una hora, dos horas,
ponerte histérico porque no estás acostumbrado a sentarte a estudiar tanto
tiempo, comer algo y volver a estudiar. Al principio no lo soportas, pero con
el tiempo se hace más fácil, una actividad a la que te acostumbras, una
facilidad a la hora de hacer algo. Y cuando después de tanto esfuerzo lo logras…
estás casi más contento del esfuerzo que del premio. Supongo que esa sensación
sólo te queda si nunca te has esforzado porque sabías captar las cosas fácilmente.
Otros se alegrarían por la meta. Yo me alegré por el esfuerzo.
La cosa empieza a complicarse en
ese punto. Sigues siendo un procrastinador, alguien que se justifica en una
frase que utilizaría el mismo James Bond: No mueras hoy, si puedes morir
mañana. Así es, esa es tu excusa, hay cosas que no necesariamente es mejor
hacerlas hoy que dejarlas para mañana. Ahí vienen los “No estoy preparado”, “Estoy
perfilando la idea”, “Hoy me duele el tobillo”, y toda esa clase de mierda que
uno se cuenta para no hacer algo.
Pero ya te has acostumbrado y
empiezas a hacer ejercicio porque no quieres volverte viejo antes de tiempo. Y
sorprendentemente (¿Quién lo iba a decir?) te hace sentir mejor. Sales a
correr, con la bicicleta, un par de abdominales, algo que te entretenga, y tú
sientes que estás haciendo algo contigo mismo, que estás logrando mejorarte y
eso es algo que te debías. El hecho de pagar la cuenta tiene un efecto
tranquilizador en el espíritu de las personas, tanto las reales como las metafóricas.
El problema, sin embargo, no
viene hasta que te organizas para hacerlo con algo que necesitas, algo con lo
que sueñas y en lo que te daría muchísimo miedo fracasar, un miedo tan intenso
que no te deje empezar a hacerlo: Escribir.
No recuerdo muy bien cuando empecé
a pensar que quería ser escritor. Sé que devoraba los libros, los tebeos, las
películas en la televisión desde muy pequeño. Sé que a veces llegaban incluso a
castigarme sin leer porque me despistaría y no haría bien una tarea (No puedes
vigilar un ganado de cabras y estar leyendo 200 páginas una tarde. Cuando
levantas la vista del libro, esos animales venidos directamente del infierno ya
no están en dos montañas a la redonda). Me los regalaban por mi cumpleaños, no
se había acabado el día y ya me los había leído. Una cosa llevó a la otra y
pronto empecé a querer escribir. Mentiría si dijera que empecé a hacerlo bien. Se
me daba mejor un teatro sencillo y unas poesías de niño enamorado que unas
buenas historias. Tenía demasiadas ideas en la cabeza, volaba demasiado alto y
quería hacerlo todo tremendamente épico. Y al final me salía el tiro por la
culata. Pero he ido aprendiendo.
Pero para aprender a hacerlo en
serio necesitas un toque de atención. El primero y más leve de ellos lo recibí
viendo la película “Descubriendo a Forrester”. ¿Cómo no iba a darme una llamada
de atención ese viejo Forrester, con la pinta de Sean Connery y el espíritu de
Salinger? Con esa voz que te decía “La primera clave de la escritura es: escribir,
no pensar”. Daba igual lo que pensara, lo que quisiera hacer, lo que quisiera
mejorar una idea. La verdad era tan simple como eso. Si no escribes no hay nada
que hacer. Necesitaba ese alguien que me dijera eso de: ¡Por el amor de dios,
golpea las teclas!
Aún hoy me cuesta asumir que uno
necesita empezar a rellenar la página para sentir que las cosas fluyen, que la
primera lleva a la segunda y que necesitas olvidarte de la idea y dejar que vaya
directamente a tus manos, que ya lo corregirás luego. También es verdad que
cuesta deshacerse mucho esa idea fantasmagórica que te hace creer que la
inspiración vendrá y escribirás durante días y días. No. He visto ideas venir,
formarse, perfilarse, y por esperar la inspiración que te haga escribir las he
aparcado y abandonado. La inspiración es una cosa, y el trabajo duro es otra. Si
eres un vago, soluciónalo.
El segundo toque de atención me
lo dio un escritor al que no estaba acostumbrado: Stephen King. No fui nunca
muy fan de sus libros, alguno había leído y otros había abandonado al
empezarlos, y no era un escritor del que esperara una inspiración que me
ayudara a escribir. Pero como todo, las sorpresas vienen de los lugares más
inesperados. En algún momento me informaría de su saga de La Torre Oscura y me entraría el
gusanillo de leerla. Decían que era un poco western mezclado con fantasía y ese
estilo propio de Stephen King. No sabía si me gustaría tras comenzarlo, pero
estaba dispuesto a probarlo, y viendo el volumen del pistolero, no me resistí.
El libro me encantó, incluida esa sensación que te deja de “todo va a salir mal”.
Y pese a que la economía no me ha permitido avanzar más allá del cuarto libro
de la saga, he de decir que su originalidad me trajo una frescura que hacía
tiempo que perseguía.
Roland Deschain, el pistolero y la Torre Oscura. |
Pero no fue el libro en sí el que me dio el toque de atención. Fueron la introducción y el prólogo los que me despertaron. Entendedme. Uno no suele tener la ventaja de conseguir un par de consejos de un escritor fructífero para no quedarte atascado y para ser tú mismo. En esas pocas palabras, Stephen King consiguió hacerme entender que cómo él, tenía que buscar mi propio estilo, que debía leer y escribir, y no darme por vencido. Que esperar hasta mañana no era buena idea, porque el mañana llega todos los días y se va sin darte más tiempo. Con un poco más de investigación terminé encontrándome con una famosa frase del autor: "Lee cuatro horas al día y escribe cuatro horas al día. Si no encuentras el tiempo para hacerlo no podrás convertirte en un buen escritor."
Al final todo se volvía a reducir
a eso. Un par de horas. Todo lo que necesitaba para dejar de hacer el vago eran
un par de horas. Para empezar a estudiar todo aquello que no tuve al alcance en
la facultad, para hacer ejercicio, para escribir, para pensar e incluso
meditar. Al final se reducía a eso. Si quieres mejorar, si quieres sentir que
lo estás haciendo bien, tienes que empezar a hacerlo, y hacerlo a menudo.
¿Lo habré conseguido? No lo creo. Me falta mucho por escribir y aprender, muchas horas de leer y de que me lean, de comprometerme conmigo mismo como nunca lo he hecho antes. No dejaré de ser el que podía lograr entender las cosas de una pasada, pero si quieres mejorarlas, necesitas echarle un par de horas.
Ahora bien, y citando en este caso a la película "Un buen año": El secreto de la comedia es el ritmo. Así que todo lo que hay que hacer es empezar y dejarse llevar.
¿Lo habré conseguido? No lo creo. Me falta mucho por escribir y aprender, muchas horas de leer y de que me lean, de comprometerme conmigo mismo como nunca lo he hecho antes. No dejaré de ser el que podía lograr entender las cosas de una pasada, pero si quieres mejorarlas, necesitas echarle un par de horas.
Ahora bien, y citando en este caso a la película "Un buen año": El secreto de la comedia es el ritmo. Así que todo lo que hay que hacer es empezar y dejarse llevar.
Hola Jonay. FELICIDADES, por atreverte, por la ilusión, por el empuje, por el anhelo de coger, en este caso el teclado.
ResponderEliminarFELICITARTE, porque por ahora ya sabes lo que quieres en tu vida, tarde o nunca lo sabemos los demás.
ANIMARTE, para que sigas con ilusión y q la creatividad de la palabra corra del Corazón, siga a la mente y al fina se plasme en el papel. Gracias Jonay, Sé Feliz con lo q te hace feliz. Besittos.