Un ropero vacío.
Dime… ¿has sufrido tú alguna vez la
agónica desesperación que recorre tu cuerpo al vaciar pieza a pieza un ropero
hasta el final? ¿Lo has contemplado con tus ojos llorosos al ver la devastadora
verdad que te ha mostrado? Pocas cosas hay más tristes que esa. El encontrarte
en la difícil situación de tener que abandonar todo aquello que te define, que
define tu propio hogar, tu forma de ser, tu pasado, para dar un salto al vacío
y arriesgarse a empezar de nuevo.

Llenamos entonces las maletas con lo
que queda de nosotros mismos y lo que queremos conservar del pasado. Y en un
alarde de valentía hasta sonreímos con fuerza si es que queda lo suficiente
para que parezcan más o menos llenas. Pero al girarnos, al volver la vista
hacia esa ventana gris que es nuestro ropero, contemplamos ensimismados ese
vacío, vemos justo ahí lo que nos falta o lo que vamos a dejar atrás porque
nuestra vida ha cambiado tanto que ya no se ajusta a nosotros y debemos buscar
un nuevo ropero que no alcanzamos a imaginar cómo es. Es entonces, delante de
ese vacío en el que las perchas solitarias nos cuentas historias de ropas
pasadas, cuando el dolor se hace más vívido que nunca, cuando nos atormenta la presión
en el pecho, sentimos nuestra nariz hincharse congestionada y nuestros ojos
llenarse de lágrimas que pugnan por salir a recorrer tu rostro, precisamente
porque ahí, en ese pequeño y misterioso vacío, se encuentra todo lo que vamos a
añorar y que por lo pronto hemos de dejar atrás.
¿Y
tú? ¿Has contemplado tu ropero vacío?
Comentarios
Publicar un comentario