Ella lo dejó todo atrás.
“Clanc”
El
sonido de la puerta al cerrarse era el mismo sonido que tenía su alma para
salir a la luz. Y la luz estaba limitada a ese pequeño lugar en el mundo que
era su apartamento. Lo había conseguido gracias a un amigo por un precio de lo
más razonable. Zona céntrica, balcón, cocina, salón y dormitorios espaciosos.
Más de lo que ella necesitaba, pero todo lo que deseaba. Poco a poco se había
convertido en una parte más de ella. No estaba decorado en exceso, pero había
pequeños detalles, como el color oscuro de la madera, souvenirs con pinta de
tener cien años más de los que en realidad tenían… Esas cosas que lo convertían
en una prolongación de ella misma.
Dejó
el abrigo colgado tras la puerta, aún no se había acostumbrado al clima húmedo
de la zona y lo necesitaba cada vez que salía a la calle. Era viernes y se
había acabado el trabajo. No sólo de toda la semana, el trabajo se había
acabado por una temporada. Llevaba más de un año en el mismo lugar y la oferta
que había recibido la había sacado de dudas. Ya no tendría que aguantar al
capullo de su jefe nunca más. Ni su risa estúpida, ni sus miradas furtivas, ni
los lastimeros intentos de tener una cita con ella. Se había librado de todo
eso y ahora tenía una semana libre para volver a organizar su vida. Quizá se
cortara el pelo. Le apetecía algo nuevo. Dejó sus cosas sobre el sofá y se fue
directamente a la cocina. Era extraño que con el frío que sentía a veces
siempre llegaba con la garganta seca a casa.

Sus
pasos la llevaron de vuelta al interior, con la brisa tras ella pero no lo
suficientemente fuerte como para helar la casa. Dejó el zumo sobre la mesilla
del salón y pasó las manos por su pelo. Se sentía de nuevo así,
como si lo estuviera dejando todo atrás, como si el tiempo se hubiera parado
una milésima de segundo, el mismo tiempo en que ella había decidido cambiar el
camino que era su vida, y todo comenzara a ser diferente. Se había sentido así
el mismo día en que había comprado ese apartamento. Y ahora la misma sensación
se agolpaba en su pecho. Como aquel día comenzó a quitarse la ropa.
Fue
hacia su dormitorio y tras desabrocharse la blusa de color granate que tanto le
gustaba, la tiró sobre la cama. Se desabrochó el botón de los vaqueros y bajo
la cremallera, para poder tirar de las caderas del pantalón hasta dejarlo en el
suelo. No lo hizo buscando ningún tipo de sensualidad, como cuando terminaba en
la cama con algún chico. Lo hizo para ella. Algo más salvaje, algo más cómodo,
y sobre todo… elegante. Se miró al espejo y contempló el conjunto de ropa interior
que se había puesto ese día. Era uno de los más elegantes. Había querido
sentirse bien. Sabía lo que tocaba hacer en el trabajo y la necesidad de
sentirse lo más cómoda posible había podido con ella. La desabrochó y la dejó
también sobre la cama. Contempló su cuerpo desnudo frente al espejo. Sabía que
siempre podía encontrar fallos, sólo había que buscarlos, pero también tenía
constancia de que era bastante atractiva. No demasiado alta, pelo negro y
ondulado que caía sobre sus hombros, curvas sugerentes y no de las que salían
en las revistas de moda, sino de las que tienen unos cuantos kilos de más, pero
que sorprendentemente, encantaban a los hombres. Se sonrió a sí misma. Sabía
por experiencia que les encantaban a los hombres, y esa sonrisa completaba el
pack.
Pero
algo fallaba en la imagen que veía sobre el espejo. Se fijó durante unos
minutos hasta que lo encontró, no por el reflejo sino por el recuerdo. El
maquillaje. Se dirigió rápidamente hacia el baño y buscó en su neceser las
toallitas desmaquilladoras. Se paró sobre el pequeño espejo del baño y se
dedicó durante unos interminables minutos a eliminar todo resto de maquillaje
de su cara. Cuando por fin hubo terminado se lavó la cara con agua y se secó
con una toalla blanca impoluta. Se miró en el espejo y volvió a sonreír
mientras deslizaba los dedos por su pelo.
Volvía a sentirlo en su piel, pensaba
mientras iba a por su vaso. Volvía a sentir que no quedaba nada. Era solo ella
y todo lo demás quedaba atrás. No se preocupó demasiado al salir al balcón
completamente desnuda. Cualquiera que pudiera verla en ese momento se había
ganado la vista. Ahora era ella misma y estaba en casa. Se preguntó si le
sucedería a otras personas, esa necesidad imperiosa de quedarse completamente
desnuda y sentir que todo lo demás no importaba, que ese momento era para ella.
No lo sabía, pero le encantaba sentirlo.
Se
dejó caer en la mecedora que había comprado expresamente para el balcón y se
llevó el vaso a los labios. El sabor fluyó por su lengua. Cruzó las piernas y
se quedó mirando las vistas. No es que fueran maravillosas, pero comparadas con
otros puntos de la ciudad eran perfectas, sobre todo en ese justo momento,
mientras se iba haciendo de noche y las luces se iban encendiendo poco a poco.
No tuvo constancia del tiempo que había pasado hasta que notó que estaba
tiritando. Era completamente de noche y ya no le quedaba nada en el vaso. Se
levantó y miró al vacío desde el balcón. Esa noche no pensaría en qué
pasaría si cayera y dejara todo atrás de una vez por todas. Esta noche de
verdad lo dejaba todo atrás. Esta noche era libre para pensar sólo en sí misma,
libre para sentir. Cerró la puerta del balcón y volvió a su cama con la
sensación de que el mundo sería diferente al despertar.
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