La amarga ausencia de la estática.
930 millones de kilómetros más tarde y un poco más de esa
insignificante distancia es lo que tardas en darte cuenta de ciertas cosas.
Cuestiones a las que no les das importancia en un principio pero que ahora son
o han dejado de ser parte de tu vida.
Durante todo ese camino has estado un tanto despistado, como
ausente, y por qué no decirlo: acojonado y más alerta que el perro de “Up”
buscando ardillas.
Te has pasado ese tiempo dando saltitos de aquí para allá,
hablando con la gente que permanecía lejos de ti siempre que podías, e
intentando crear un nuevo mundo a tu alrededor que te diera un confort que,
asumámoslo, nunca vas a recuperar del todo. Así que te has dedicado durante
todo este camino a crear un equilibrio más que precario entre dos mundos a
miles de kilómetros de distancia.
Pero la travesía ha sido larga y tortuosa, y la realidad a
la que te enfrentas ahora es resultado de dichos intentos, como cuando a
principios de los 90 aún intentábamos encontrar nuestro canal de radio favorito
sintonizándolo de mala manera, moviendo hacia delante y hacia detrás la ruedita
para evitar el sonido irritantemente odioso de la estática.
Pues bien, la estática ha desaparecido. O al menos casi
toda. Pero lo que creías que a estas alturas sería un logro que te llenaría de
felicidad, te está dejando un sabor agridulce en las papilas gustativas del
corazón (se encuentran escondidas justo debajo del ventrículo izquierdo).
Hace un año más o menos, en el momento justo en que pusiste
un pie en el avión, en que te despediste de tu familia, llegaste a destino o te
despertaste la mañana siguiente en un hostal lleno de gente que no conocías, tu
mundo se convirtió en la ase de la “estampida” del videojuego de El Rey León
(los entendidos saben de lo que me hablo) o para aquellos menos nostálgicos de
los juegos: las zamburguesas de Humor Amarillo. El caso es que todo empieza a
moverse a una velocidad de vértigo y sientes que cada decisión que tomas va a
llevarte a la ruina. ¿Lo recuerdas? ¿Esa sensación de asfixia, esas ganas de
llorar por la noche después de trabajar sólo en tu habitación preguntándote qué
demonios haces aquí? Sí que lo recuerdas, pero tranquilo, vamos a dejar ese
drama atrás (¡Hakuna Matata!).
Nos basta con recordar que tu mundo empezó a temblar y que
todo fue demasiado rápido. El equilibrio, si alguna vez lo tuviste amiga o
amigo emigrante, desapareció de tu vida. Pero en aquel momento no nos dimos
cuenta de ello. Teníamos demasiado en lo que pensar, preocupándonos de no
perder la vida que teníamos y por crear la nueva que estaba a nuestro alcance. En
ese instante, justo en ese segundo en que aguantaste el primer hostión a tu
equilibrio mental y sentimental, alguien te puso el Sombrero Seleccionador de
Hogwarts encima y gritó a toda voz: ¡¡¡Gryffindor!!! Eres un valiente.
Así que te dedicaste durante meses a decir que sí a
cualquier oportunidad que se te ofrecía de salir y conocer gente nueva, de
tener aventuras, de quedar para ver shows que ni siquiera sabías si te gustaban,
y empezaste a descubrir con alegría nuevas partes de ti mismo.
Pero también hiciste un esfuerzo sobrehumano en intentar no
perder el contacto con aquel mundo que echabas tanto de menos. El Facetime,
Whatsapp, Facebook, Skype y todo tipo de conexión con tu antiguo mundo se
convirtieron en tus mejores amigos. Pasaste días enteros tirado en la cama
whatsappeandote con al menos diez personas y en un par de grupos, o haciendo
videollamadas a más de tres amigos hasta que tu ordenador parecía el CCTV de un
centro comercial. Conozco a algunos que empezaron a domesticar cuervos para usarlos
como palomas mensajeras al grito de “¡Se acerca el invierno!” (Estamos en
Escocia joder, el invierno no se ha ido nunca).
Así que a todo el estrés que tenías encima, decidiste
sumarle hacer malabares con bolas en llamas. Y conseguiste sobrevivir. Los
meses pasaban mientras de mudabas de un piso a otro, buscabas academias que te
ayudaran a entender el acento (¡JAJA! Suerte…), cambiabas de trabajos, conocías
amigos nuevos y sobrevivías a los cambios culturales, a la nueva dieta, a los
del clima, de la luz y la noche e incluso a los de tu propio cuerpo
sobrecargado por el estrés (Bienvenida de nuevo adolescencia).
De pronto notaste que pasados tantos kilómetros alrededor
del sol y tanto tiempo desde tu llegada, ese estrés empezaba a desaparecer o tú
a acostumbrarte a él, y te alegraste por ello. Por fin encontraste un piso que
te gustaba con gente que se ajustaba a tus necesidades de orden y caos (buen
momento para plantearse que predomina más en el Universo ¿orden o caos? Ve a
por un par de cervezas y discútelo con
buenos amigos), unos amigos con los que empiezas a conectar o incluso
alguna pareja a la que pueda que le veas futuro.
Estás pletórico, contento, maravillado, saltando de alegría
como cuando descubriste que podías comunicarte a base de GIFs por Whatsapp.
¡Eres la puta hostia! Has sobrevivido a los Juegos del Hambre, eres el Héroe o
la Heroína de mantienes casi todos los dientes en la boca (más de lo que muchos
podrían decir). Pero… Sí, joder, (sorry, pals) hay un puto (sorry again, so
rude) “pero” y te está mordiendo en la nuca como el bicharraco que mordía a
Donna en aquella temporada de Doctor Who y que no podría recordar.
Pero ha pasado un año, y 930 millones de kilómetros más
tarde y dando la vuelta al sol, te empiezas a dar cuenta de pequeños detalles
que se te habían escapado. Ahora te has relajado un poco (recuerda: siempre
alerta… ¡Ardilla!) y es cuando finalmente echas la vista atrás y dices ¡¿Pero
qué coño?!
Ahí está ese “pero” agridulce del que hablábamos. Ahí está
el paso del tiempo. Ahí está la realidad para darte dos bofetadas y mandante al
rincón de pensar.
El precio a pagar tiene nombre: no poder estar en contacto
con todos todo el tiempo. A veces por no tener tiempo para sobrellevar dos
vidas, a veces porque no tienes energía o ganas de hablar. Otras, sin embargo,
se deben a que llevas un año fuera y lo quieras o no, ya no compartes el día a
día con los demás, ni ellos el tuyo. Tú quieres hablar de una vida que ellos no
entienden, y a veces no entienden el idioma en que lo dices. Y ellos,
evidentemente, quieren hablar de las suyas, que a ti te parecen cada vez más
lejanas y borrosas. Otras veces continúas haciendo el esfuerzo porque se trata
de personas que no quieres perder, pero las charlas son cada vez más cortas o
inconexas (salvo que utilices los GIFs. Los GIFs son geniales) Y otras tantas
veces, no sientes que esas personas merezcan el tiempo que tienes porque sólo
vienen a robártelo.
Entonces no te queda más remedio que cerrar los ojos y dar
ese trago amargo que te ha hecho ver y sentir muchas cosas que no deseabas.
No eres el mismo, la misma, lo que sea… no lo eres, y lo
sabes. Ha pasado un año y con suerte has encontrado un hogar, con buena suerte
sientes que todo va a ir bien, y con más suerte que un hobbit encontrando anillos,
has conseguido mantener cerca a tu familia, hablando tanto o más que antes de
las cosas importantes, y a un puñado de amigos que han decidido gritar más
alto, mucho más alto que la estática, y que pase lo que pase sientes que van a
seguir ahí, para reírse, insultarte y darte un abrazo cuando consigues unas
buenas vacaciones.
Si no has tenido tanta suerte no te preocupes demasiado. Al
menos estás buscando tu lugar en el mundo. Te has arriesgado y esta apuesta
incluía perder sí o sí. Todos perdemos en mayor o menor medida en esto de
emigrar. Puede que un día despiertes con un mensaje de alguien que realmente te
echa de menos, puede que vuelvas y olvides esos momentos en que te volviste una
pieza demasiado complicada para encajar en un puzle de un paisaje en el que ya
no caminas.
Pero, y sí, hay más peros, fijemos la vista en el horizonte
y miremos sin miedo. Porque ya hemos escuchado la estática antes y hemos
recuperado la señal. Si hay que hacerlo de nuevo sabemos que podremos hacerlo.
Porque, a pesar de que hemos perdido parte de nuestra vida, a pesar de que la
ausencia, la amarga ausencia de la estática significa que hemos perdido a
personas y lugares que fueron parte de nuestra vida y de nuestras almas, a
pesar de todo eso, hemos empezado a construir nuestra vida aquí, a encontrar amigos
a los que nos ata un lazo muy fuerte, a tener nuestros lugares favoritos,
nuestro cine, nuestro pub… A veces incluso nuestra propia casa y nuestros
hijos, nuestro perro, nuestro gato o nuestro tiranosaurio (no reparamos en
gastos) o un cactus que conozca nuestros secretos más oscuros.
Después de un año lo que hemos dejado atrás parece muy
lejano, y comenzamos a hacernos a la idea de que no somos los mismos. Pero
dentro de un año no seremos los mismos, y aun así, seguiremos siendo esa manada
de insensatas e insensatos que volaron sin saber que iban en busca de sí
mismos. Con suerte, dentro de un año, no notaremos la ausencia de la estática.
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