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Mostrando entradas de 2015

Decisión Infernal.

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Si tuviera que contaros cómo, cuándo, o por qué morí, no podría deciros nada. Eso no me haría dudar ni por un segundo de que actualmente y desde hacía un tiempo, yo estaba muerto. No era sólo una sensación vaga en el fondo de mi cerebro que me hiciera afirmar eso instintivamente, ni que literalmente vivíamos en una especie de infierno o paraíso, dependiendo de cómo lo vieras, sino que millones de almas a mi alrededor podrían afirmar lo mismo que yo. Estábamos muertos y vivíamos en el infierno. De cualquier modo el infierno no era un lugar “infernal”. Tenías tu trabajo, aquel que más te gustara, y podías cambiar de profesión si te apetecía, tenías tus amigos, comida, bebida, distracciones varias, etc. La mayoría de la gente estaba bastante conforme con esa “vida” diaria  y solían considerar que más que un infierno aquello era una especie de cielo en el que uno tenía una vida normal y se limitaba a dejar que el tiempo pasara delante de sus ojos. Para los demás aquella monotonía e...

La cañería del odio III: Final.

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La cañería del odio I La cañería del odio II El ruido de la cafetera mecánica soltando aire dentro de la leche para hacer espuma la despertó de su ensueño. Sus amigas seguían hablando animadamente en la mesa mientras se terminaban sus cafés y el suyo se enfriaba mientras tanto. Habían aprendido con el tiempo a dejarle tener esos minutos en los que su mente desaparecía por completo de la realidad. Habían pasado casi dos años desde que saliera caminando desnuda desde una casa ardiendo. Dos años desde que la encontraran así en la carretera y llamaran a la policía. Apenas un año y medio desde que metieron a su captor entre rejas. Tras aquello le había costado recuperar su vida. Más de lo que nadie se podría imaginar. Los meses sin querer ver a nadie, sin hablar, sin salir de su habitación en la que se quedaba mirando por la ventana durante horas interminables. Lo peor habría sido la mirada de aquellos que la conocían. Esa mirada en la que apenas podía reconocerse y que intentaba com...

La ventana de la línea 12.

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Hay un par de minutos de espera interminables desde que acabo de trabajar hasta que veo venir la querida guagua con el doce tan resplandeciente (a mí me parece resplandeciente, supongo que son las ganas de llegar a casa y quitarme el traje) en lo alto. En esos escasos minutos, si no me encuentro rodeado de mis compañeros me dedico a ejercitar la paciencia. Buscar la cartera en el fondo de la mochila, encontrar los cascos y rezar para que no se rompan al sacarlos quizás con demasiada fuerza, desenredarlos poco a poco, y rezar para que cierto programa de música online no se coma todos los megas de los datos del teléfono para tener música de allí a mi casa (me da pereza descargarla toda). Así que mientras intento una cosa y otra, los minutos pasan sin que apenas me dé cuenta de ello.          Finalmente se acerca la inconfundible mole de color amarillo que parece albergar todas mis esperanzas. Me adentro en ella, ya con la música resonando en mis ...

La melodía del ser.

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Timothy Oldman nació en una de las calles más antiguas de Chicago, una de esas que olían a aceite de motor y en las que el camión de la basura podía dejar un aroma que duraba horas cuando la atravesaba de madrugada. Era un barrio de obreros y sus padres lo educaron como tal. Como un trabajador que hiciera lo que hiciera debería usar sus manos para ganarse la vida y seguir adelante para vivir tan dignamente como las circunstancias se lo permitieran. Sin embargo, y a pesar de toda la educación que Timothy tuvo durante su infancia, cuando apenas entraba en la adolescencia su familia tuvo uno de esos golpes de suerte que hace que las cosas giren 180º. Su madre consiguió un nuevo trabajo con el que los ahorros de la familia subieron como la espuma. Y con este golpe de suerte empezaron a surgir las aficiones de un chico que nunca se había podido permitir esos lujos. Había pasado su infancia pegado a una pequeña radio, de esas que apenas captan las emisoras en dos frecuencias, plateada y...

La piel, el mago y la piedra.

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El sonido de su propio corazón parecía atravesarle los oídos como si los mil tambores del Día del Despertar estuvieran sacudiéndole la cabeza. A veces le impresionaba tanto la fuerza con la que palpitaba su pecho que llegaba a preocuparse por si le pudiera dar un ataque al corazón. Pero no era una enfermedad lo que lo hacía temblar así. La causa de su dolencia se encontraba a menos de diez centímetros de su piel. Se recostó sobre las sábanas de seda de color granate, que parecían deslizarse bajo su cuerpo desnudo y se reclinó para contemplarla. Casi podía sentir de nuevo el  tacto de su piel en la yema de los dedos, tersa, más suave incluso que la seda que tenían bajo sus cuerpos, y cálida… No cálida como una brisa de verano, ni como el fuego de una chimenea en el invierno, no. Era cálida como uno de esos abrazos que se dan cuando dos personas conocen todos los rincones oscuros del alma del otro, uno de esos abrazos que da igual dónde estés, te hacen sentir en casa, en el hogar,...